sábado, 20 de septiembre de 2008

INVESTIGACIÓN DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL

LA INVESTIGACIÓN EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL

ORIGEN DE LAS INVESTIGACIONES

Si bien la Comunicación como disciplina comienza su historia ya desde Aristóteles, es en el siglo XX cuando se incorporan las miradas desde la sicología, la sociología, la lingüística, la publicidad y hasta la matemática. La aparición de los medios masivos y su popularidad modifican el acceso a la información y a la cultura de grandes sectores sociales.

Los estudios sobre la comunicación se intensificaron después de la II Guerra Mundial debido al gran interés en encontrar posibilidades de control social aportado por los mecanismos comunicativos. Se multiplicaron entonces los modelos gracias al surgimiento de las distintas escuelas sociológicas que se han aproximado al estudio de esta disciplina. Surge la “sociedad de masas”: crecimiento de las ciudades, excesivo consumo de bienes y servicios, y participación de las mayorías en el proceso productivo y cultural de la sociedad.

El principal teórico de la escuela de Frankfurt: fue Marcuse; otros reconocidos teóricos huyeron hacia los EE.UU durante la II Guerra Mundial y desarrollaron el pensamiento de la cultura de masas. Para la escuela de Frankfurt, el capitalismo desarrolló una poderosa maquinaria de manipulación de la comunicación y la cultura, estableciendo que todo es comercializable con el objetivo único de garantizar el poder de la clase dominante en todo el mundo. La escuela de Frankfurt tuvo su influencia en el ámbito de la comunicación, lo que inspiró además el desarrollo de la Escuela Latinoamericana de Comunicación. Tal fue la influencia de la Escuela de Frankfurt que sus textos fueron prohibidos y se dejaron de editar en Argentina. Igualmente, se dejó de dictar clases en las Universidades sobre la obra de estos autores.

OBJETO DE INVESTIGACIÓN EN LAS CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN

Admitir la realidad de cualquier ciencia exige, en palabras de Francisco Iglesias, reconocer la existencia de "un cúmulo de saberes ordenados, con un método propio de investigación que permite seguir avanzando y profundizando en el conocimiento del objeto de estudio". En este sentido, nada hay más coherente a la hora de precisar los contenidos de las Ciencias de la Comunicación que definir previamente cuál es el objeto que estudia, abundando en las razones que lo justifican (sus orígenes y desarrollo) y en el procedimiento empleado en la consecución de sus fines (sus instrumentos específicos y su metodología docente); sólo así será posible plantearse, con posterioridad y en el caso de que corresponda, las posibles preguntas a nuestros interrogantes sobre un ámbito tan denso como conflictivo.

Quizás, la primera cuestión que nos asalte a los implicados en este empeño sea el de fijar el principio de nuestro objeto de estudio, tarea que ha dado lugar al surgimiento de una de las más fructíferas y no por ello menos compleja líneas de trabajo. En sí, el análisis del desarrollo histórico de la comunicación social ha permitido que, en el seno de las ciencias que analizamos -más en pleno contacto con el saber y el hacer históricos-, surja una nueva disciplina -la historia de la comunicación-, cuyo cometido reside en identificar los distintos fenómenos que aglutina el concepto de comunicación social y de qué modo se encadenan en el contexto que los genera.

Tan necesaria labor de fundamentación científica no ha podido soslayar que esa nueva disciplina -la Historia de la Comunicación- se haya convertido en un espacio donde convergen las más agrias disputas, las tesis más encontradas o las más claras oposiciones entre los investigadores; discrepancias en cuyo seno se observan los más diversos criterios acerca de la naturaleza misma del fenómeno comunicativo.

Pese a todo ello, y en aras de lograr el consenso al que todo espacio científico aspira, resulta aleccionador realizar un breve recorrido a través de una de las cuestiones más espinosas: el estudio de los criterios empleados para establecer el origen de la comunicación social.

Los autores que se adscriben a este principio retrasan la aparición de la comunicación social a las épocas en las que determinados procedimientos permiten, en razón de la mecanización progresiva de la transmisión de noticias, la masiva multiplicación de los mensajes.

Pese a estar conscientes de la existencia de un factor cultural, la mayoría de ellos coinciden en otorgar un protagonismo desmedido al desarrollo de unos sistemas mecánicos que posibilitan un mayor contacto entre los contenidos comunicativos y la sociedad, que a decir de Marshall McLuhan, conforman el punto de partida de la historia de los mensajes.

En su conjunto, la excesiva polarización de estos autores en torno a los métodos "industriales" no les impide, sin embargo, aceptar la existencia de otras técnicas que se convierten en promotores de ese fenómeno. Lo cierto es que estos investigadores minimizan el valor de otros factores -la libertad de conciencia y de expresión o la extensión de la idea de la tolerancia-, "sin los que aquella transformación tecnológica habría tenido mucho menos alcance".

Como punto de partida, estos estudiosos defienden la existencia de comunicaciones sociales cuando se perciben los mínimos rasgos de periodicidad, atributos que diferencian las manifestaciones informativas de otras también producidas en el ámbito de lo escrito, como puede ser el libro. Para aquéllos, el origen del objeto de la Historia de la Comunicación coincidiría con las primeras publicaciones regulares de carácter anual surgidas en el siglo XV.

Georges Weill y Ferdinand Terrou, coinciden en que el inicio de la comunicación social se da con el comienzo de las gacetas en el siglo XVII y de los primeros periódicos diarios a comienzos del XVIII. Concretamente para el primero "todo lo que va del siglo XII al XVIII no es más que protoperiodismo. Y lo anterior, ni siquiera lo contempla".

José Luis Martínez Albertos, centra su atención en la comunicación ligada a los límites del tiempo, preocupada por la actualidad y que utiliza como canales los medios de difusión masiva o las técnicas de difusión colectiva. Cuya información califica de "contingente", para contraponerla a aquellas otras -enseñanza, educación, apostolado, comunicación artística- basadas en procedimientos de difusión "más lentos".

El criterio socio-cultural fue acogido por partidarios que se negaron a delimitar el objeto de la comunicación sin realizar una constante referencia a la sociedad, ni tampoco prescindir de aquélla a la hora de detallar la evolución de ésta. Los autores que incluimos en este grupo se muestran partidarios de reconocer la necesaria unión existente entre el origen de la comunicación y las primeras entidades organizadas que funda el hombre.

Así, y al margen del análisis de los diversos "medios transmisores" (orales, escritos, impresos, etc.), investigadores de la talla de César Aguilera, Pierre Albert, Alejandro Pizarroso Quintero o Jesús Timoteo Álvarez no dudan en admitir que dicho fenómeno ha existido desde la más remota antigüedad, manifestando, quizás de modo más íntimo que la situación política, social, económica o cultural, ha tenido su valor y ha ejercido influencia marcada en cada núcleo de población y en cada etapa concreta.

Para Aguilera, el término comunicación social acoge más fenómenos que los puramente periodísticos, lo que implica situar el punto de partida del estudio de esas manifestaciones en el análisis de los mensajes públicos emitidos con ayuda de sonidos bucales o gestos corporales. En esa línea de recoger el fenómeno comunicativo en toda su amplitud se sitúan, asimismo, las propuestas de Angel Benito y Jesús Timoteo Álvarez, para quienes las primeras manifestaciones informativas tuvieron que ser necesariamente orales o visuales, antes de que se formalizaran por escrito hacia el 3.000 a.C.

Para ambos, son muestras que carecen de una exacta similitud con las empleadas de modo generalizado en la actualidad, consecuencia lógica de que fueron concebidas por y para unas sociedades distintas de las nuestras, y cuyos medios de expresión respondían, lógicamente, a necesidades diferentes.

Desde la perspectiva aportada por todos ellos resulta lógico reconocer la existencia de una disciplina que denomina Historia de la Comunicación, ámbito que aglutina el conjunto de investigaciones destinadas a profundizar en algo tan fundamental en toda ciencia como es el origen de su objeto de estudio. En sí, un espacio donde se investiga y explica la evolución de la comunicación social.

A finales del siglo XX resulta gratuito cuestionar el grado de protagonismo adquirido por los medios de comunicación social en las naciones occidentales. Indiscutiblemente unidos a la evolución del hombre desde sus primeras manifestaciones como hojas manuscritas en la Baja Edad Media, es no obstante, desde la pasada centuria cuando esa unión adquiere tintes determinantes; alianza que pone de manifiesto la misma denominación de nuestra época como "Era de la Información".

Una muestra evidente de que eso se entiende así lo constituye el hecho de que, en la actualidad -y prescindiendo de las corrientes más extremas, surgidas al calor de la defensa de un determinismo informativo a ultranza-, cada vez son más numerosos los estudios centrados en analizar el cometido de la comunicación como "configurador social".

Para Mario Bunge, la investigación es una práctica social específica que busca la producción de conocimiento científico. "Investigar significa dar respuestas a problemas del conocimiento. Implica o requiere actitudes y capacidades básicas de: descubrimiento, asombro, observación, pensar reflexivo, relacionar teoría y empiria, toma de distancia, sensibilidad social, artesanía intelectual, etc.

MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y SOCIEDAD CAPITALISTA

Según la Escuela de Frankfurt (Max Horkheimer, Teodoro Adorno, Erich Fromm y Herber Marcuse) la industria cultural y los capitalistas culturales se aprovechan de las masas por igual, pues publican y transmiten productos basados en fórmulas estandarizadas que atraían al público masivo, y al mismo tiempo glorifican y promueven la cultura capitalista (Colomina, 1999); dicho de otra manera, refuerzan la ideología de la clase dominante.

Y aunque digan que los medios de comunicación social le dan cabida a todos los sectores, en la práctica la libertad de expresión no suele ejercerse en el sentido amplio, pues a pesar de que exista una infinita cantidad de industrias de la comunicación, éstas en su mayoría trabajan bajo un mismo patrón de contenidos, presentados de diversas formas y empleando determinados formatos, que responden a los intereses del modelo de producción capitalista. Cuando existen medios que divergen de esta estructura, éstos se mantienen bajo la incertidumbre de desaparecer por presión de los grandes monopolios, o finalmente terminan integrándose al modelo de la mayoría.

Para concluir, traemos a colación la Escuela de Birminghan, la cual tiene como representante a Stuart Hall y esgrime una base humanista. Aunque no se considera marxista, Birmingham da al papel de la estructura de clases una importancia radical en la comprensión de la teoría de la comunicación, así como da un puesto de honor a las manifestaciones culturales, especialmente a aquellas que vienen de los sectores masivos y que son claves para comprender las reacciones de los procesos de comunicación.

FUENTES CONSULTADAS

1. H. SPEIER, "El desarrollo histórico de la opinión pública", en Ch. Steinberg y W.A. Bluen, Los medios de comunicación social, Roble, México 1969.

2. R. RIVADENEIRA, La opinión pública, Trillas, México 1976 y Periodismo, Trillas, México 1977.

3. José Luis DADER, Periodismo y pseudocomunicación política. Contribuciones del periodismo a las democracias simbólicas, Eunsa, Pamplona 1983;

4. Cándido MONZON ARRIBAS, La opinión pública. Teorías, concepto y métodos, Tecnos, Madrid 1990;

5. Vincent PRICE, La opinión pública. Esfera pública y comunicación, Paidós Comunicación, Barcelona 1994.

6. E. HATIN, Les Gacettes de Holland et la Presse clandestine aux XVII et XVIII siècles, París 1985, págs. 13-14, citado por Teófanes Egido López, Opinión pública y oposición al poder en la España del siglo XVIII (1713-1759), Universidad de Valladolid, Valladolid 1971, pág.

7. Miguel URABAYEN, Estructura de la información periodística. Concepto y métodos, Mitre, Barcelona 1988.

Arelis González

C.I. 6.128.100

VI Semestre – sección I

UNICA-Maracaibo